sábado, 4 de junio de 2016

CINCO HERIDAS EMOCIONALES DE NUESTRA INFANCIA

Hay muchos problemas que se generan durante nuestra infancia que marcan la edad adulta. Cuando somos pequeños vivimos esas experiencias absorbiendo todo lo que nuestro entorno nos regala, tanto malo como bueno.  Los adultos no son plenamente conscientes de asumir la responsabilidad para explicarnos y razonar las reacciones que ponen en marcha ante las cosas que nos suceden.
Según la escritora Lisa Bourbeau, hay cinco heridas emocionales o experiencias dolorosas a partir de las cuales formamos nuestra personalidad adulta.
  • El miedo al abandono

Con un marcado sentimiento de soledad. Es el peor enemigo de aquellos que se han sentido abandonados en la infancia. No tiene  por qué ser un abandono físico. En muchas ocasiones, se experimenta una falta de atención por los padres en etapas vitales del crecimiento que puede potenciarse con una falta de conexión paralela con maestros y amigos. Fácilmente se llega a una situación en la que se crean barreras invisibles que llevan incluso a evitar un contacto físico racional con los demás.   
  •  El miedo al rechazo

Genera cicatrices hondas. Lleva implícita una reacción a nuestro mundo emocional. Se pone en marcha de forma automática con pensamientos de aislamiento, sentirse no deseado e incluso descalificaciones a nosotros mismos.
Cuando sucede, la persona no se siente merecedora de amor y comprensión. Crea un vacío en su interior que le blinda ante esa sensación de falta de pertenencia.

  • La humillación

Esta herida se genera cuando experimentamos la desaprobación, el juicio y la crítica.
¿Cómo se crea en la infancia? A base de repetirnos que somos torpes, malos, pesados o incluso aireando nuestras intimidades ante terceros. Abriendo importantes fisuras en la autoestima infantil, termina por desembocar en personalidades dependientes, en actitudes “tiranas” y en la utilización de posiciones egoístas como mecanismo defensivo. 

  • La traición o el miedo a confiar

Aparece cuando de pequeños nos hemos sentido traicionados por alguno de nuestros padres al incumplir las promesas que realizan. Desemboca en desconfianza, envidia y otros sentimientos negativos.  Provoca el desmerecimiento. Se acentúa al establecer comparación con otros que si reciben sus promesas.
Tiene la capacidad de transformarte en una persona impaciente y controladora de todo lo que te rodea incapaz de crear equipo con la confianza suficiente para delegar responsabilidad en terceros.

  • La injusticia

Aparece en entornos donde los cuidadores principales son fríos y autoritarios con alto nivel de exigencia.
La secuela más pronunciada es la rigidez mental, puesto que necesitarán sentirse importantes y poseer un gran poder. Son sujetos perfeccionistas e inseguros con lo que les resulta muy complicado tomar decisiones importantes. Se muestran con actitudes radicales y poco reflexivas.

En conclusión, no somos culpables de lo recibido de pequeños, pero si somos responsables de cómo lo gestionamos para convertirlo en los deseos de mayores. Temer, padecer y arrastrar heridas no dejan de ser parte de la vida con la que aprendemos. Sanarlas, trabajando nuestro interior y evolucionar es una opción. La otra es conformarte con creencias tóxicas heredadas y sentir lástima de ti mismo de por vida. La capacidad para elegir “cambiar” existe. Para que esto funcione, el resto de los ingredientes los decides tú.

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